Las yeguas de Trevelin

Una anécdota y reflexión sobre el lenguaje y la forma de comunicarse de los caballos.

En la provincia de Chubut, en la Patagonia Argentina existe un hermoso lugar
llamado Trevelin, “Pueblo del Molino”. Este pequeño y pintoresco pueblo descansa en un valle amplio y ondulado, enmarcado por la cordillera de los Andes al oeste y la estepa patagónica al este. Fue colonizado hacia fines del 1800 por una comunidad galesa, que muy acertadamente lo nombró Cwn Hyfryd, “Valle Hermoso”.

El día de nuestro arribo se celebraba en el pueblo la Fiesta Cultural de la Trilla en el campo propiedad de la familia Evans. En esta celebración los descendientes de los colonos buscan revivir las formas de vestir, trabajar el campo, moler el trigo, comer y celebrar de sus abuelos. 
Entusiasmados con la propuesta nos dirigimos hacia el campo del molino pero lamentablemente llegamos para la tarde, cuando gran parte de las actividades ya habían tenido lugar: El trigo había sido segado con una trilladora a caballo y los granos estaban siendo separados de la paja por una máquina a vapor.

En el potrero de entrada al campo, junto al estacionamiento, se encontraban las yeguas que habían realizado la demostración de la trilla. ¡Una yunta hermosa!: cruza de caballo criollo y caballo de tiro, animales de poca alzada y contextura poderosa. Estaban detrás del alambre paradas a la par mirando algo que les interesaba en el horizonte, con sus cabezas altas y su cuerpo relajado.

No pude evitar admirar su equina belleza y por supuesto me acerqué a conocerlas.
“¡Hooooooolaaaaaa, hermosas!

En ese paisaje de cuento, yo imaginaba que las yeguas se iban a interesar en conocerme, se iban a acercar con sus orejitas hacia adelante e intentarian olisquearme… pero, nada de eso ocurrió. 

En un movimiento perfectamente coordinado, giraron sobre sus manos y me dieron la grupa; dos hermosos culos gordos, moviendo la cola con desdén, como quien ya ni ganas de espantarse las moscas tiene y siguieron con sus patas en descanso mirando el horizonte, ¡pero del otro lado!

No pude menos que reir. ¡Que claridad de lenguaje, que simpleza! “No nos interesa”.
Me alejé unos metros por donde había venido y con la misma displicencia, volvieron a su postura original.

Como siempre me pasa con los caballos, su lenguaje y su forma de comunicarse me lleva a reflexionar:
Si esta historia hubiera ocurrido entre personas, seguramente nos hubiéramos saludado amablemente y aún sin ningún interés habríamos entablado alguna charla de cortesía. Son pautas sociales, de diplomacia y convivencia aprendidas para vivir en una sociedad humana. ¿Pero registramos lo que en realidad sentimos y tenemos ganas de hacer?

Los adultos a menudo olvidamos que aun inmersos en un sistema social con sus normas, tenemos la libertad de elegir como relacionarnos  y luego hacernos cargo de nuestras elecciones.

Decir no y dar la grupa cuando siento que es no, como me enseñaron las yeguas de Trevelin.